martes, 8 de marzo de 2011

No persigas las marañas externas,
Mora en el vacio interno;
Sé sereno en la unidad de las cosas,
Y (el dualismo) se desvanecerá por sí solo.
Sosan (tercer patriarca Zen, 606 d.c.)


El ser que incurre en un estado de confusión existencial debe su sufrimiento a la ignorancia de las complejas fuerzas que gobiernan el curso de la vida, cuyo estado consiste en a ceguera o ilusión que caracteriza a la primera etapa de la existencia condicionada por lo útil y lo visible.
De tal estado procede la angustia y resulta del vano anhelo de orientar aquellas fuerzas según el propio arbitrio como si su complejo movimiento pudiera reducirse a la simplicidad de una línea o responder a los propósitos que el ego le imponga.
La angustia, en este caso, es el síntoma de la impropiedad del ser, mientras que el afán por deshacerse de ella no hace sino suscitarla con mayor fuerza aún, hasta trazar el círculo aporético en cuyo centro el ser queda atrapado.
La vida es como la sucesión ininterumpida de ataques y defensas de la esgrima, hasta que uno y otro movimiento ya no se separan y ambos son ahora el mismo latido, el flujo que se propaga, según los movimientos que impone su dialéctica, la mente, la palabra, el discurso, interfieren en aquel flujo separando y oponiendo en términos antagónicos lo que debe fluir en la misma corriente. Y tanto mayor será la distancia entre ellos cuanto más obstinados resulten los rigores de la mente.
Los mecanismos de defensa, promovidos por slgunos psicoanalistas como verdadera conquista del yo, frente a la irrupción de la angustia, prescriben su reforzamiento como una respuesta adaptativa, cuando en verdad, no hay mayor prueba de debilidad e ignorancia frente a lo viviente que la instrumentación y despliegue de tales mecanismos. Su ineficacia, procede, como ya lo hemos precisado, del intervalo abierto entre la irrupción de la angustia, y la siempre precaria y estéril respuesta defensiva del sujeto frente a ella, según la torpeza del yo que siempre opondrá sin éxito.
La enseñanza de esta verdad, una vez comprendida, supone, a partir de lo que realiza en su acto, la cesaciòn de todo sufrimiento.

Heidegger; Holderlin y el Zen, de S. Albano

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